Hay quien no piensa en la vida, sólo la ansía.
Hay quien impregna sus manos de jengibre,
y apenas se chupa un dedo: las lava, las escurre, las frota una con otra.
No las deja secar al sol de varios días.
Guardadas en sus bolsillos, aún húmedas, de noche,
hay quien piensa que esas manos ya han perdido varias horas,
sin probar comino, laurel o azufre.
Hay quien no piensa en la vida, más bien se deja pensar por ella.
Hay quien delega su razón al desorden constante y lo llama aventura,
quien excusa sus acciones en la complejidad y así se justifica,
quien aparece cada vez con un color distinto y de esencia pura,
de alma rica.
Pero la vida es más que eso,
o menos,
la vida es de verdad un beso,
único, intransferible y cierto,
porque la magia compartida se convierte en descubierta,
y la verdad pierde su encanto,
y se rompe el saco de los deseos por haberlo cargado tanto,
y el egoísmo se apodera de la persona que no esta dispuesta a pensar en el ser que ama
de igual forma que el que ama en ella.
Pero la vida es más que eso,
mucho más.
Porque la vida no está ahí fuera, lejos de nosotros,
la vida no es un ente inalcanzable, abstracto o extraño,
que debamos llenar de experiencias, factores externos y sensaciones.
La vida somos nosotros mismos,
la formamos siendo, viviendo, amando.
Entonces tendremos vida, propia,
llena de paz y de sentido,
maravillosa y suficiente como único beso sincero,
con una sonrisa fehaciente,
como un alcanzable «Te quiero».